Sobre ese órgano que no solamente bombea sangre en el organismo
Según vi, no había vuelto a alimentar este descuidado blog desde hace tiempo, y aclaro a su vez que esta entrada lleva años acumulando polvo hasta finalmente sacudirse y salir a la luz de uno de los intangibles fundamentales humanos, y entonces pensé que cuando lo creé para escribir de música queriendo o no, se ha transmutado para incluir otros temas que no son precisamente musicales.
A la larga, sin excepción cuando me siento a escribir entradas de blog, mensajes, prospectos de poemas, prospectos de historias, prospectos de canciones, siempre hay música en mis oídos. En este momento de inicio escucho a La Unión con su Tren de Largo Recorrido por allá de 1992, una pieza mágica para el rock en español y donde entre muy buenos temas resalto "Vivir al Este del Edén" del cual siempre me ha gustado la letra, y el clásico más trillado de su repertorio, "Lobo-Hombre en París" donde lo que brilla es el canto de la audiencia, en su mayoría femenina pareciera, y en donde la versión en vivo supera con creces la versión de estudio. Son temas que me recuerdan mucho mis años de colegio cuando comencé a hurgar desesperadamente entre todas las canciones que escuchaba y todas sus ramificaciones.
Ahora, retomando el tema y el título de esta entrada, una mutación irrespetuosa de tratado filosófico o de esa psicología barata contemporánea para nada de auto-superación, me siento o me levanto, no se, estoy en mi cama, en la mañana de navidad donde muchos seguramente estarán pasando los efectos del guayabo o resaca, otros tantos aun durmiendo, y escribo sobre algo que en los últimos días por mas que haya decidido ocultarlo o negarlo, siempre sucede, me sucedió a mi y a muchos también, mas o menos osados que tal vez no lo expresan.
Creo que nos educan creyendo en esa sustancia etérea intangible de la que han hablado miles o millones a lo largo de la historia, desde Jesús hasta John Lennon, siendo quizá sus máximos o más populares exponentes, que los médicos y psicólogos y hasta neurólogos ubican en el costado izquierdo del pecho y que se encarga de usar y alterar unas células del sistema nervioso ocasionando sensaciones físicas que son especiales. Espero que entienda a que me refiero, y si no es claro aún, es porque sigo siendo un pésimo escritor, sin el ánimo de llegar a ser alguno grande en algún momento tampoco.
Hay quienes se pasan la vida buscando que tan maravillosa sustancia invada sus organismos y altere sus células, viajan, buscan lugares, buscan personas, pasan de una a otra, tienen hijos, y en esa cacería quienes logran tener éxito pasarán el resto de sus días felices al tener ese elemento que más allá del mito de completar el ser, hace una comunión perfecta y mejora sustancialmente su existencia. Hay quienes en la búsqueda encuentran la maravillosa sustancia, pero por azar o consecuencia de malas acciones o desiciones, tiene un final no muy exitoso. Hay quienes nunca la encuentran. Generalmente lo que se termina buscando es a una persona que despierte o impregne ese sentir. Usualmente hay quienes encontraron alguna vez la magia de tal elemento pero no fue para siempre, y es entonces cuando el corazón pasa de latir a bombear sangre a todo el organismo, a generar una especie de sensaciones diferentes con acciones triviales como escuchar una voz, ver una foto, escuchar una canción pero es ahí cuando entonces la cosa se vuelve preocupante.
Preocupante, creo yo, porque tal vez eso pasa en momentos en los que no se siente nada, donde se pasan los días tan inmersos en la rutina, los minutos y las horas, ejecutando actividades en las que no hay que sentir nada, solamente pensar, y es tan plano el sentir que cuando llega una alteración de este tipo al sistema, la torre de control ya no sabe como responder, se piensa que es mentira, o que es pasajero, tal vez exageradamente comparable con el hecho de que le digan a uno que se ganó una rifa o una lotería, algo tan inusual que la incredulidad invade todo el ser y entonces uno no lo acepta por ningún motivo.
Cuando ese órgano llamado corazón no solamente bombea sangre en el organismo, es porque siente que esa sustancia llamada amor anda rondando, sea real o pasajera, ilusoria o verdadera, lo único que es claro es que a la larga uno no sabe que hacer y en algunos casos, también hay quienes tratan de negarla por todos los medios y de todas las formas, hasta que la vida estrella contra su muro y entonces se pueda volver a aceptar y reconocer.
Ahora, retomando el tema y el título de esta entrada, una mutación irrespetuosa de tratado filosófico o de esa psicología barata contemporánea para nada de auto-superación, me siento o me levanto, no se, estoy en mi cama, en la mañana de navidad donde muchos seguramente estarán pasando los efectos del guayabo o resaca, otros tantos aun durmiendo, y escribo sobre algo que en los últimos días por mas que haya decidido ocultarlo o negarlo, siempre sucede, me sucedió a mi y a muchos también, mas o menos osados que tal vez no lo expresan.
Creo que nos educan creyendo en esa sustancia etérea intangible de la que han hablado miles o millones a lo largo de la historia, desde Jesús hasta John Lennon, siendo quizá sus máximos o más populares exponentes, que los médicos y psicólogos y hasta neurólogos ubican en el costado izquierdo del pecho y que se encarga de usar y alterar unas células del sistema nervioso ocasionando sensaciones físicas que son especiales. Espero que entienda a que me refiero, y si no es claro aún, es porque sigo siendo un pésimo escritor, sin el ánimo de llegar a ser alguno grande en algún momento tampoco.
Hay quienes se pasan la vida buscando que tan maravillosa sustancia invada sus organismos y altere sus células, viajan, buscan lugares, buscan personas, pasan de una a otra, tienen hijos, y en esa cacería quienes logran tener éxito pasarán el resto de sus días felices al tener ese elemento que más allá del mito de completar el ser, hace una comunión perfecta y mejora sustancialmente su existencia. Hay quienes en la búsqueda encuentran la maravillosa sustancia, pero por azar o consecuencia de malas acciones o desiciones, tiene un final no muy exitoso. Hay quienes nunca la encuentran. Generalmente lo que se termina buscando es a una persona que despierte o impregne ese sentir. Usualmente hay quienes encontraron alguna vez la magia de tal elemento pero no fue para siempre, y es entonces cuando el corazón pasa de latir a bombear sangre a todo el organismo, a generar una especie de sensaciones diferentes con acciones triviales como escuchar una voz, ver una foto, escuchar una canción pero es ahí cuando entonces la cosa se vuelve preocupante.
Preocupante, creo yo, porque tal vez eso pasa en momentos en los que no se siente nada, donde se pasan los días tan inmersos en la rutina, los minutos y las horas, ejecutando actividades en las que no hay que sentir nada, solamente pensar, y es tan plano el sentir que cuando llega una alteración de este tipo al sistema, la torre de control ya no sabe como responder, se piensa que es mentira, o que es pasajero, tal vez exageradamente comparable con el hecho de que le digan a uno que se ganó una rifa o una lotería, algo tan inusual que la incredulidad invade todo el ser y entonces uno no lo acepta por ningún motivo.
Cuando ese órgano llamado corazón no solamente bombea sangre en el organismo, es porque siente que esa sustancia llamada amor anda rondando, sea real o pasajera, ilusoria o verdadera, lo único que es claro es que a la larga uno no sabe que hacer y en algunos casos, también hay quienes tratan de negarla por todos los medios y de todas las formas, hasta que la vida estrella contra su muro y entonces se pueda volver a aceptar y reconocer.
Lo mejor de todo el asunto, es que los viejos siempre han tenido la razón. Siempre se les oye decir que hay que esperar, que todo pasa, que todo se calma. Lo peor de todo el asunto, es que los jóvenes siempre creímos, yo hace años ya, tener la razón cuando realmente siempre estuvimos equivocados. La cláve del éxito es, me disculpan el término, cagarla lo menos posible. Lo que pasa es que crecemos tan embelesados contemplando un ideal que no miramos lo que está en nuestros pies. El corazón, cuando hace algo más allá de solo bombear sangre, lo que permite es hacernos sentir cuál es ese elemento que nos trae alegría pero sin perder la tranquilidad. Es fácil decirlo y no tanto hacerlo, pero es muy posible. La ignorancia es una cosa muy jodida, y una de nuestras principales ignorancias es precisamente esa, la de no saber cómo es nuestro corazón y nuestro cerebro.
El amor no es esa fantasia que sale en la televisión o en las canciones de amor, esas que ya no hacen, porque ha sido tan degradada la música que las canciones contemporáneas se reducen a revolcarse después de emborracharse o drogarse o de regalar panties para saciar los apetitos de unos tipos y tipas depravados y depravadas, abusadores y abusadoras, machistas y machistas, misóginos y misóginas disfrazados de "cantantes del género urbano". No cantan, rebuznan.
El amor no es tener sexo. Es el principal error de esta vida y de todas las que sigan. El sexo no es ninguna prueba de amor de nada. De sexo escribiré luego.
El amor no es sufrir y vivir llorando por alguien. Eso es una farsa.
Donde no hay tranquilidad, donde no hay paz, donde no hay crecimiento, donde no hay ayuda en los momentos realmente difíciles, créame que ahí no hay amor, porque no existe la magia, pero lo que si existe es la construcción en conjunto de un camino, que no es fácil, pero que requiere muchos otros elementos como la confianza, el respecto, la lealtad, la transparencia, entonces finalmente se encontrará ese unicornio que mas bien es un caballo hecho y derecho que tiene las patas firmes y el andar constante.
Cuando el corazón se enreda, no busque a sus amigos, busque a su cerebro, respire profundo y donde haya tranquilidad, por ahí si es. El corazón se lo agradecerá.
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