Lecciones del Eje Cafetero

Durante el primer trimestre del 2019, tuve la oportunidad de viajar dos veces al Eje Cafetero por tierra desde Bogotá.  Es una ruta larga, aproximadamente de 6 o 7 horas según el tráfico, saliendo por la autopista sur para tomar la via paralela a Ibagué, luego Cajamarca, Calarcá y finalmente Armenia y Pereria. Ruta variada en la cual se debe enfrentar la tan temida "Línea", esa cordillera en su máximo esplendor inundada de curvas y camiones a 20 km/h.  Pero bueno, el propósito no es ahondar en detalles geográficos del recorrido, solamente quiero comentar unos temas que particularmente me llamaron la atención.

El primero tiene que ver con una presentación de danzas colombianas que se denomina "Show del Café" en el Parque Nacional del Café, centro de atracciones mecánicas que es visita obligada en la región. El "Show del Café" es una muestra cultural y colorida con el cual rinden tributo al que fuera el producto eje de la economía hace varias décadas, y del que conservamos algo de prestigio y fama en el mundo (la coca le pelea el puesto, perdón).  Allí entre danzas y cantos se cuenta el origen del Café en Colombia, su impacto en el territorio desde la siembra hasta el transporte, e inclusive, se agregan bailes que no tienen nada que ver con el café.  Es un show muy vistoso y colorido, del que estoy convencido la mayoria de los asistentes sentirán esa misma emoción y el tan machacado "que orgulloso me siento de ser colombiano" que ahora mismo solo sentimos con los partidos de fútbol y con los ciclistas, eso sí, cuando les va bien únicamente. Ahora, ¿Qué tiene el show que no me cuadra? Es un ballet folclórico. Sí, ballet, con saltos, giros y movimientos importados de Europa y que a mi juicio, embebidos entre pasillos, sanjuaneros, bambucos, cumbias, joropos y currulaos nos quita identidad.  No tengo nada en contra del ballet y la elegancia que le puede imprimir a las danzas, y me atrevería a decir que la implementación del mismo corresponde a buscar llamar la atención de visitantes extranjeros.  Pero, ¿acaso no sería mucho más coherente con nuestra identidad presentar las danzas como lo harían los campesinos en sus regiones de la manera tradicional, como nos las enseñaron a bailar en el colegio? Seguramente no sería tan vistoso, pero de esa manera mostraríamos más de lo que somos como en verdad lo somos.

El segundo tiene que ver con una frase que me dijo una señora que trabaja alquilando caballos en el Valle del Cocora, sitio donde se encuentra el árbol nacional, la palma de cera.  Es un lugar tambien de visita obligada y en cuya ruta se pasa por Salento, una población típica cafetera que es muy colorida y a mi juicio, la Villa de Leyva de la región: estilo clásico y lugar favorito de extranjeros.  Allí, me dispuse a pagar un recorrido de 40 minutos por el lugar a lomo de caballo cuando llegaban 5 extranjeros de su ruta a devolver a las bestias, visitantes de Israel, dejaron los caballos, dieron las gracias y se fueron a sentar en el pasto a hablar.  Yo le pregunté a la señora -"vienen muchos extranjeros, ¿no?", ella dijo -"sí, todos los dias vienen como de a 600 y de todas partes del mundo", le dije -"¡uy! bastantes, ¿y todos alquilan caballos?", ella me miró y me dijo -"ja! ¿alquilar caballos? Ellos porque son israelitas y les fascina cabalgar, pero ésto, ésto es para los colombianos.  Los colombianos somos muy orgullosos, todo queremos pagar lo más caro, mostrar que la ropa, que las marcas, que el carro para restregarle al que no tiene...Los extranjeros se vienen en chiva, con lo del pasaje, una botella con agua y ellos, ellos no se meten aqui a pagar un almuerzo ni restaurante, ellos traen su mecato o son vegetarianos, ellos vienen a caminar a meterse en el bosque, a estar con la naturaleza, nosotros lo colombianos...¡no mijo! ¡olvídese! A nosotros nos gusta es gastar para aparentar, somos muy orgullosos".

Quedé anonadado por esas palabras tan directas y tan cotidianas, una cachetada a esa realidad maltrecha y una reflexión en la que ahora, no somos más que el legado de la tradición mafiosa y narco que dejaron en su paso los capos durante los años 80s y 90s, que trascendió de sus fincas y se propagó por todo el país, y ahora somos mucho más eso, una sociedad orgullosa, más materialista que nunca, arribista, orgullosa, humillante, pedante, arrogante donde muchos no le contarán a sus amigos y conocidos que visitaron el Eje Cafetero, como quien comparte una historia más, sino con el sentido de restregarle al otro que no sale ni a la esquina y que no conoce nada...Calculemos con quienes tienen el privilegio de ir al exterior.

















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