Por la carretera
Hoy, siento que descubrí cosas nuevas. Vaya obviedad, ¿no? Obviedad y todo, pero es asombroso cuando esos descubrimientos no pertenecen a los campos de las ciencias exactas como encontrar algún nuevo elemento para poblar la tabla periódica, o una nueva estrella, cometa, planeta, o hasta una nueva especie animal o vegetal, de las pocas que no hemos arrasado como la plaga humana que somos, o hasta un nuevo paradigma de programación de computadores. Nada de eso, ni mucho menos mis hallazgos hacen parte de la nueva ola de "descubrimientos" estúpidos que se achacan hinchados de orgullo los millenials sobre cosas que siempre han existido y sucedido. Malditos, los odio. Los odio a todos. A veces.
Pero sí, descubrí cosas nuevas de mi. Yo, que ya me daba por ser una mujer conocedora de las artes y el mundo, de sus costumbres elementales para desenvolverme con lo básico y algunas cosas quizá un poco más avanzadas por la tierra y sus alrededores, de sus sabores, sonidos, imágenes, olores, colores y dolores, descubrí en mi cosas que no me conocía. Haga de cuenta, que el impacto fue tanto, como si de verdad llegaran los extraterrestres alguna vez aquí a decirnos bien duro: "humanos insignificantes". El impacto superó mi experiencia mas fuerte hasta ese momento: haber estado en el terremoto en el D.F. en 2018.
Sentada al mando de mi carro, salimos, mi papá y yo, en un viaje que tomaría tal vez un poco más de tres días. Sin afán y sin presión, me dispuse a poner la marcha y confiada en que tendría de forma incondicional a mi papá como copiloto. No era extraña esa sensación, pues en familia realizamos muchos viajes familiares en carro, lo raro esta vez, era que yo conducía. Salir de casa y comenzar a devorar kilómetros tenía la pinta de ser una gran experiencia entre padre e hija: buena música, ventana abajo para sentir el viento cálido cerca al mar, frases de consejos automovilísticos que todo padre curtido en las artes del volante quiere dejar entre su descendencia: cuadra bien el espejo, mira bien donde van los otros carros, no adelantes en curva, no te salgas del carril...y así. Chistes, anécdotas de esas que hacen dar pena y recuerdos también llenaron el espacio temporal mientras cubríamos nuestra ruta.
No era extraño estar con mi papá, lo extraño era estar juntos tanto tiempo en un espacio tan reducido y tan juntos. Creo que no debí haber sido consiente de eso, pero lo fui, y me di cuenta que no muchos hijos comparten tiempo y espacio con sus papás. Es decir, por lo general, seguramente habrá excepciones, pero los hijos y los padres comparten momentos, la misma casa, pero no el mismo espacio tanto tiempo. Me sentí por unas milésimas de segundo incomoda, pero eso se desvaneció con un parpadeo y me llené de dicha. Mi papá está a mi lado, es mío, me quiere, me cuida y también, nos sacamos la piedra.
Las horas transcurrieron y así iniciamos una rutina coordinada cada ciertas horas de avanzar, parar a descansar, a estirar las piernas, a hacer chichí, a comer y a mirar el paisaje. Algo era claro en este viaje: era mi carro, yo era la única piloto, él no me iba a relevar. Así que en algunos momentos de cansancio para mantener la compostura y la imagen de hija digna de mi papá y ser portadora de su apellido, me aguanté la debilidad y resistí segundos extras antes de indicar que me iba a detener.
Mi papá tiene mas de siete décadas de existencia, así que es un hombre serio, en su sitio y con su visión clásica aun de este planeta. Razón por la cual no me permitía exceder los limites de velocidad, con o sin más vehículos cerca, pues si me pasaba así fuera una unidad en el medidor, inmediatamente me daba un regaño, de esos que hacen sentir como delincuente culpable de mas de 4278 delitos pero que después desvanece con un cariñito. Y aún así sabiendo eso, en una curva tuve la osadía de tomarla con un poco de velocidad, lo cual automáticamente produjo un grito: eres una irresponsable! por Dios que no frenaste! No viste el aviso!!??
Mi sistema nervioso se activó inmediatamente, no tanto por el grito, sino mas bien de ira. Puse los ojos en blanco, respiré profundo, invoqué todos los extractos de valeriana del mundo y dije: sí, ya sé, estoy frenando...No le di mas importancia al evento y rápidamente me compuse emocionalmente para continuar. Sin embargo, me equivoqué. Mi papá se quitó de encima sus siete décadas, bueno, se dejó únicamente unos 3 o 4 años de edad y no me volvió a hablar. Al comienzo, pensé que era un juego, pero no, se mantenía en su postura y su nueva edad de niño enfurecido. Dije cosas inteligentes, creo, dije pendejadas también, pero nada, ni una palabra. Entonces me di cuenta que él no tenia 4 años, tenia como 14 y era un adolescente encerrado en su habitación cuando no le dan permiso de salir a una fiesta. Yo, necesitaba por lo menos sus indicaciones en la via, pero no, ni eso. Entonces, como buena habitante del siglo XXI, me armé con Waze para trazar el camino restante. Malditos smartphones los odio!!! La batería no les dura un carajo...y no, tampoco tuve la precaución de llevar un cargador de carro...es mas, en mis planes nunca se había pasado la idea de usar Waze.
Seguía avanzando el camino y no llevábamos ni la tercera parte del recorrido...junto a las horas y los kilómetros mi angustia comenzó a aumentar, pues llegué a sentirme perdida en la ruta y ese silencio que produce la indiferencia es de lo peor. Avancé como pude, guiándome por las señales en la carretera y rogando no haber cometido ninguna equivocación. Mi paciencia se iba colmando, pero mi papá no perdía su postura y su silencio en absoluto.
Exploté y lloré. Sí, lloré de rabia, de desespero, de impaciencia y quizá en alguna parte de mi ser tenia la esperanza de conmoverlo para hacer que me ayudara en la guía del camino. Me equivoqué. No me habló. Como pude, entre lagrimas y señales de transito, pude llegar a mi casa. No saben cuantas veces aventé madres cuando no había señales en las esquinas o en los postes.
Nos bajamos del carro y a pesar de su voto de silencio de monasterio del siglo XII, me ayudó a sacar las maletas, a cerrar el carro y a subir las cosas que traía en el baúl. Abrí la puerta del apartamento, encendí la luz y descargué las cosas ahi nada mas. Fui al baño y lloré más. Tenia rabia y pensaba como era que un papá podia ser así, pensaba que si acaso no era más fácil decirme las cosas que callar, pensaba que ya era una mujer adulta para soportar los shows de mi papá, pensaba que si con mi hermana era igual, pensaba y lloraba. Finalmente, después de una comida con lo poco que tenia en la nevera, y en silencio, cada uno se fue a dormir.
Al dia siguiente, me desperté ya mas resignada a soportar su silencio que pensativa, y seguí igual que el, haciendo las cosas cotidianamente. El se sentó en el sofá a ver los partidos de la jornada dominguera matutina, y al terminar el partido de las 11 me miró y me dijo: ¿qué vamos a almorzar? No hay nada.
Respiré profundo, y se me cruzó la ira con la dicha absoluta, que finalmente ganó y me reí y le dije: lo que quieras papá, vamos a donde quieras. Y así salimos, me tomó de la mano, caminamos hacia el centro comercial y todo siguió como si nada hubiese pasado.
En esos segundos con él caminando hacia un lugar para saciar su apetito, descubrí yendo por la carretera en mi primer carro, desde mi región natal hasta una de las ciudades adoptivas en las que me aguantan, que mi papá es mi mejor amigo y que lo amo. No quise entender porqué lo hizo, solo descubrí eso y me sentí feliz. Sentí que lo nuevo que descubrí, es algo que siempre había sabido, y que finalmente había sepultado para siempre cualquier intento consiente e inconsciente de ocultarlo, olvidarlo, o no querer saberlo.
Hoy, mi hija me ha pedido que la acompañe de viaje en su carro. Hoy quizá pueda entender por qué mi papá no me habló durante aquel viaje....
Pero sí, descubrí cosas nuevas de mi. Yo, que ya me daba por ser una mujer conocedora de las artes y el mundo, de sus costumbres elementales para desenvolverme con lo básico y algunas cosas quizá un poco más avanzadas por la tierra y sus alrededores, de sus sabores, sonidos, imágenes, olores, colores y dolores, descubrí en mi cosas que no me conocía. Haga de cuenta, que el impacto fue tanto, como si de verdad llegaran los extraterrestres alguna vez aquí a decirnos bien duro: "humanos insignificantes". El impacto superó mi experiencia mas fuerte hasta ese momento: haber estado en el terremoto en el D.F. en 2018.
Sentada al mando de mi carro, salimos, mi papá y yo, en un viaje que tomaría tal vez un poco más de tres días. Sin afán y sin presión, me dispuse a poner la marcha y confiada en que tendría de forma incondicional a mi papá como copiloto. No era extraña esa sensación, pues en familia realizamos muchos viajes familiares en carro, lo raro esta vez, era que yo conducía. Salir de casa y comenzar a devorar kilómetros tenía la pinta de ser una gran experiencia entre padre e hija: buena música, ventana abajo para sentir el viento cálido cerca al mar, frases de consejos automovilísticos que todo padre curtido en las artes del volante quiere dejar entre su descendencia: cuadra bien el espejo, mira bien donde van los otros carros, no adelantes en curva, no te salgas del carril...y así. Chistes, anécdotas de esas que hacen dar pena y recuerdos también llenaron el espacio temporal mientras cubríamos nuestra ruta.
No era extraño estar con mi papá, lo extraño era estar juntos tanto tiempo en un espacio tan reducido y tan juntos. Creo que no debí haber sido consiente de eso, pero lo fui, y me di cuenta que no muchos hijos comparten tiempo y espacio con sus papás. Es decir, por lo general, seguramente habrá excepciones, pero los hijos y los padres comparten momentos, la misma casa, pero no el mismo espacio tanto tiempo. Me sentí por unas milésimas de segundo incomoda, pero eso se desvaneció con un parpadeo y me llené de dicha. Mi papá está a mi lado, es mío, me quiere, me cuida y también, nos sacamos la piedra.
Las horas transcurrieron y así iniciamos una rutina coordinada cada ciertas horas de avanzar, parar a descansar, a estirar las piernas, a hacer chichí, a comer y a mirar el paisaje. Algo era claro en este viaje: era mi carro, yo era la única piloto, él no me iba a relevar. Así que en algunos momentos de cansancio para mantener la compostura y la imagen de hija digna de mi papá y ser portadora de su apellido, me aguanté la debilidad y resistí segundos extras antes de indicar que me iba a detener.
Mi papá tiene mas de siete décadas de existencia, así que es un hombre serio, en su sitio y con su visión clásica aun de este planeta. Razón por la cual no me permitía exceder los limites de velocidad, con o sin más vehículos cerca, pues si me pasaba así fuera una unidad en el medidor, inmediatamente me daba un regaño, de esos que hacen sentir como delincuente culpable de mas de 4278 delitos pero que después desvanece con un cariñito. Y aún así sabiendo eso, en una curva tuve la osadía de tomarla con un poco de velocidad, lo cual automáticamente produjo un grito: eres una irresponsable! por Dios que no frenaste! No viste el aviso!!??
Mi sistema nervioso se activó inmediatamente, no tanto por el grito, sino mas bien de ira. Puse los ojos en blanco, respiré profundo, invoqué todos los extractos de valeriana del mundo y dije: sí, ya sé, estoy frenando...No le di mas importancia al evento y rápidamente me compuse emocionalmente para continuar. Sin embargo, me equivoqué. Mi papá se quitó de encima sus siete décadas, bueno, se dejó únicamente unos 3 o 4 años de edad y no me volvió a hablar. Al comienzo, pensé que era un juego, pero no, se mantenía en su postura y su nueva edad de niño enfurecido. Dije cosas inteligentes, creo, dije pendejadas también, pero nada, ni una palabra. Entonces me di cuenta que él no tenia 4 años, tenia como 14 y era un adolescente encerrado en su habitación cuando no le dan permiso de salir a una fiesta. Yo, necesitaba por lo menos sus indicaciones en la via, pero no, ni eso. Entonces, como buena habitante del siglo XXI, me armé con Waze para trazar el camino restante. Malditos smartphones los odio!!! La batería no les dura un carajo...y no, tampoco tuve la precaución de llevar un cargador de carro...es mas, en mis planes nunca se había pasado la idea de usar Waze.
Seguía avanzando el camino y no llevábamos ni la tercera parte del recorrido...junto a las horas y los kilómetros mi angustia comenzó a aumentar, pues llegué a sentirme perdida en la ruta y ese silencio que produce la indiferencia es de lo peor. Avancé como pude, guiándome por las señales en la carretera y rogando no haber cometido ninguna equivocación. Mi paciencia se iba colmando, pero mi papá no perdía su postura y su silencio en absoluto.
Exploté y lloré. Sí, lloré de rabia, de desespero, de impaciencia y quizá en alguna parte de mi ser tenia la esperanza de conmoverlo para hacer que me ayudara en la guía del camino. Me equivoqué. No me habló. Como pude, entre lagrimas y señales de transito, pude llegar a mi casa. No saben cuantas veces aventé madres cuando no había señales en las esquinas o en los postes.
Nos bajamos del carro y a pesar de su voto de silencio de monasterio del siglo XII, me ayudó a sacar las maletas, a cerrar el carro y a subir las cosas que traía en el baúl. Abrí la puerta del apartamento, encendí la luz y descargué las cosas ahi nada mas. Fui al baño y lloré más. Tenia rabia y pensaba como era que un papá podia ser así, pensaba que si acaso no era más fácil decirme las cosas que callar, pensaba que ya era una mujer adulta para soportar los shows de mi papá, pensaba que si con mi hermana era igual, pensaba y lloraba. Finalmente, después de una comida con lo poco que tenia en la nevera, y en silencio, cada uno se fue a dormir.
Al dia siguiente, me desperté ya mas resignada a soportar su silencio que pensativa, y seguí igual que el, haciendo las cosas cotidianamente. El se sentó en el sofá a ver los partidos de la jornada dominguera matutina, y al terminar el partido de las 11 me miró y me dijo: ¿qué vamos a almorzar? No hay nada.
Respiré profundo, y se me cruzó la ira con la dicha absoluta, que finalmente ganó y me reí y le dije: lo que quieras papá, vamos a donde quieras. Y así salimos, me tomó de la mano, caminamos hacia el centro comercial y todo siguió como si nada hubiese pasado.
En esos segundos con él caminando hacia un lugar para saciar su apetito, descubrí yendo por la carretera en mi primer carro, desde mi región natal hasta una de las ciudades adoptivas en las que me aguantan, que mi papá es mi mejor amigo y que lo amo. No quise entender porqué lo hizo, solo descubrí eso y me sentí feliz. Sentí que lo nuevo que descubrí, es algo que siempre había sabido, y que finalmente había sepultado para siempre cualquier intento consiente e inconsciente de ocultarlo, olvidarlo, o no querer saberlo.
Hoy, mi hija me ha pedido que la acompañe de viaje en su carro. Hoy quizá pueda entender por qué mi papá no me habló durante aquel viaje....
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