El metal que se funde
Eran las 4 de la madrugada. Ahí, en el rincón de un sucio y denso bar de metal del centro, se encontraba Él, tirado en una silla con una botella medio vacía de cerveza en la mano, apenas sostenida por las pocas fuerzas de la ebriedad. Sonaban canciones oscuras y cargadas de riffs de guitarra distorsionados al son de voces guturales, baterías con doble bombo retumbando el encierro del bar, fuerte sonido, lo llaman metal, pero tan débil e incapaz de sacar de la borrachera a los inconscientes del lugar.
En las paredes pintadas de azul solamente visible en las contadas ocaciones que allí se encienden las luces, sobre la oscuridad se vislumbran cuadros viejos y rasgados con las imágenes de esos heroes musicales de una generación, heroes ahora septuagenarios y una generación ahora en la treintañez, con el olor combinado de cerveza, orin, sudor, cigarrillo, bareta y suciedad. En otra esquina, apenas se alcanza a distinguir una maraña revuelta de pelo largo y enredado, dos cabezas intercambiando fluidos salivales sin importar el sabor a cerveza, cigarrillo y residuos de empanada entre los dientes.
Eran las 4:30. Él se despertó lentamente con la sacudida de su complice de la vida, Ese fiel amigo con quien había compartido casi dos décadas nocturnas y metaleras. Despertó lentamente, con la mirada vidriosa y quitándose el pelo de los ojos trató de entender donde estaba, porque no era extraña la sensación de mareo y malestar casi placentero que había experimentado miles de madrugadas antes, lo único importante era ubicarse en el espacio oscuro y ver si aún estaban vendiendo cerveza.
Bebieron hasta las 6, solo por el deseo de gastar el tiempo y cargar el hígado, con el cansancio acumulado del trabajo y distraer esa realidad que no se quiere ver al llegar a la casa, soportados por la fortaleza y el poder del metal, la noche y la cerveza. Soportados por el metal que acompaña, que no juzga el color de piel ni la longitud del cabello, con la vestimenta negra que absorbe la claridad y en la oscuridad impenetrable donde no se siente, no se percibe, no se inmuta. Metal que retumba, metal sólido que no se rompe en la oscuridad.
Al llegar al barrio, se despidieron en la esquina de siempre, cada uno a su hogar. Él a enfrentar el dolor, y Ese a lavarse la cara con agua helada para salir a jugar con su hijo al parque.
¿Cuál dolor? Aquel dolor que lleva a sus espaldas Ella, la mujer que lo trajo a este mundo, el dolor del peso de los años y la mala postura, el dolor de la impotencia que trae la vejez y no permite moverse con la libertad de antes, el dolor de no poder quitarle el dolor a Ella y echárselo Él encima. En esos segundos cuando la miró a los ojos al abrir la puerta, se le quitó la borrachera y con un poco de vergüenza trató de limpiarse las lagañas de los ojos, para no verse tan desaliñado y estar dispuesto a amilanar el sufrimiento de Ella, en el tiempo que faltara. No sería fácil verla a Ella desnudar su espalda y ver una deformidad macabra e injusta, no seria fácil escucharla gritar de dolor mientras Él le aplicaba la crema formulada por el médico, no sería fácil para Él apretar los dientes para no llorar por el dolor de Ella. No sería fácil decirle a Ella, que todo estaría bien, cuando no lo estaba.
Pasó el día, Ella durmió. Él la observó y en el oceano de metal fundido que tenia en su interior, no pudo evitar maldecir a la vida, a la gente, a las enfermedades. Respiró profundo, durmió y al otro día comenzaría de nuevo esa rutina que no podría llamarse vida. En su oración al dios hecho de metal, solamente pedía que aliviara al menos un poco el dolor de Ella, y que sus sueños fueran tan negros como el bar, y que al salir de casa el metal fundido de su corazón recobrara firmeza para poder seguir.
Transcurrieron las noches, en la misma rutina nocturna con los sonidos del metal para escapar de la realidad, y cada mañana, al llegar a la casa y ver los ojos de Ella y su dolor, caer en el océano de metal fundido en su interior y perder todo el poder oscuro, metal derretido en la realidad.
Años después, Ella partió de este mundo, Él se quedó endurecido como el metal que siempre ha escuchado y solamente en las noches mas oscuras, noches en el bar denso, se funde por los recuerdos del dolor de Ella, combinándose con las lagrimas que Él nunca dejará salir al mundo exterior.
En las paredes pintadas de azul solamente visible en las contadas ocaciones que allí se encienden las luces, sobre la oscuridad se vislumbran cuadros viejos y rasgados con las imágenes de esos heroes musicales de una generación, heroes ahora septuagenarios y una generación ahora en la treintañez, con el olor combinado de cerveza, orin, sudor, cigarrillo, bareta y suciedad. En otra esquina, apenas se alcanza a distinguir una maraña revuelta de pelo largo y enredado, dos cabezas intercambiando fluidos salivales sin importar el sabor a cerveza, cigarrillo y residuos de empanada entre los dientes.
Eran las 4:30. Él se despertó lentamente con la sacudida de su complice de la vida, Ese fiel amigo con quien había compartido casi dos décadas nocturnas y metaleras. Despertó lentamente, con la mirada vidriosa y quitándose el pelo de los ojos trató de entender donde estaba, porque no era extraña la sensación de mareo y malestar casi placentero que había experimentado miles de madrugadas antes, lo único importante era ubicarse en el espacio oscuro y ver si aún estaban vendiendo cerveza.
Bebieron hasta las 6, solo por el deseo de gastar el tiempo y cargar el hígado, con el cansancio acumulado del trabajo y distraer esa realidad que no se quiere ver al llegar a la casa, soportados por la fortaleza y el poder del metal, la noche y la cerveza. Soportados por el metal que acompaña, que no juzga el color de piel ni la longitud del cabello, con la vestimenta negra que absorbe la claridad y en la oscuridad impenetrable donde no se siente, no se percibe, no se inmuta. Metal que retumba, metal sólido que no se rompe en la oscuridad.
Al llegar al barrio, se despidieron en la esquina de siempre, cada uno a su hogar. Él a enfrentar el dolor, y Ese a lavarse la cara con agua helada para salir a jugar con su hijo al parque.
¿Cuál dolor? Aquel dolor que lleva a sus espaldas Ella, la mujer que lo trajo a este mundo, el dolor del peso de los años y la mala postura, el dolor de la impotencia que trae la vejez y no permite moverse con la libertad de antes, el dolor de no poder quitarle el dolor a Ella y echárselo Él encima. En esos segundos cuando la miró a los ojos al abrir la puerta, se le quitó la borrachera y con un poco de vergüenza trató de limpiarse las lagañas de los ojos, para no verse tan desaliñado y estar dispuesto a amilanar el sufrimiento de Ella, en el tiempo que faltara. No sería fácil verla a Ella desnudar su espalda y ver una deformidad macabra e injusta, no seria fácil escucharla gritar de dolor mientras Él le aplicaba la crema formulada por el médico, no sería fácil para Él apretar los dientes para no llorar por el dolor de Ella. No sería fácil decirle a Ella, que todo estaría bien, cuando no lo estaba.
Pasó el día, Ella durmió. Él la observó y en el oceano de metal fundido que tenia en su interior, no pudo evitar maldecir a la vida, a la gente, a las enfermedades. Respiró profundo, durmió y al otro día comenzaría de nuevo esa rutina que no podría llamarse vida. En su oración al dios hecho de metal, solamente pedía que aliviara al menos un poco el dolor de Ella, y que sus sueños fueran tan negros como el bar, y que al salir de casa el metal fundido de su corazón recobrara firmeza para poder seguir.
Transcurrieron las noches, en la misma rutina nocturna con los sonidos del metal para escapar de la realidad, y cada mañana, al llegar a la casa y ver los ojos de Ella y su dolor, caer en el océano de metal fundido en su interior y perder todo el poder oscuro, metal derretido en la realidad.
Años después, Ella partió de este mundo, Él se quedó endurecido como el metal que siempre ha escuchado y solamente en las noches mas oscuras, noches en el bar denso, se funde por los recuerdos del dolor de Ella, combinándose con las lagrimas que Él nunca dejará salir al mundo exterior.
Comentarios
Publicar un comentario